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El Protomonasterio de la Orden de la Inmaculada Concepción, fue fundado por Sta. Beatriz de Silva en 1484. La primitiva comunidad tuvo sus inicios en el convento de Sta. Fe, donde vivió y murió Sta. Beatriz. En 1494 se trasladan al monasterio de San Pedro de las Dueñas, todos estos edificios se encuentran dentro de los Palacios de Galiana, y es en 1501 cuando la Comunidad pasa a vivir en el actual convento, anteriormente perteneciente a la Orden de San Francisco.
La Concepción de Toledo es la cuna de la Orden de la Inmaculada Concepción. Muerta ya la Fundadora, la reina Isabel y la Abadesa Felipa de Silva, sobrina de Beatriz, formularon otra solicitud, en este caso al nuevo Papa, Alejandro VI, a la que este responde mediante la bula: “Ex supernae providentia” dada el 19 de agosto de 1494. Con ella el proceso fundacional sigue avanzando. Ahora se solicita para el convento, y el Papa lo concede, la supresión de la Regla del Cister con la que iniciaron la fundación y la implantación de la Regla de Santa Clara. Asimismo se obtiene el permiso para fundar nuevos conventos “a imitación del de Toledo”, con lo que se reconoce la creación de una nueva Orden. Por otra parte se mantiene el mismo hábito, el rezo de las horas canónicas y el tenor de vida anteriores.
En enero de 1495 se lleva a efecto la unión de las comunidades concepcionistas y benedictinas, por medio de la bula de Alejandro VI “Apostolicae sedis”, del 1 de septiembre de 1494. Viven en el convento de San Pedro de las Dueñas, bajo la advocación de la Concepción. Las dificultades para la convivencia eran muchas y Felipa de Silva tuvo que abandonar este convento.
Expansión fuera de Toledo
En 1496 Cisneros entra en Toledo como arzobispo y reformador y, gracias a su prudente autoridad, consiguió zanjar las diferencias de las monjas, cambiando el ambiente en sosiego y paz.
En 1501 se instala la Comunidad ya fusionada en su actual convento. Y antes de obtener la Regla propia en 1511, empiezan a fundarse monasterios concepcionistas fuera de Toledo. En 1504, 2 de octubre, cuando la comunidad de la Casa Madre profesa todavía la Regla de Santa Clara, el canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Toledo, Álvaro Pérez de Montemayor, hermano de Juana de San Miguel, funda el convento de la Concepción de Cuenca. En 1507, tiene lugar la creación del primer convento concepcionista de filiación directa toledana, el de Torrijos (Toledo).
La bula de Julio II
Con la bula de Julio II, “Ad statum properum”, de 17 de septiembre de 1511, dota a dicha orden de su propia Regla. Con ello culmina el proceso fundacional, y el Monasterio toledano de la Concepción y los nacidos de él, quedan desvinculados, tanto de la Regla del Cister como de la Regla de Santa Clara, siendo la primera Regla concedida bajo esta advocación
Beatriz se aparece al morir al P. Tolosa, su confesor, que se encontraba en Guadalajara, rogándole que fuera «muy deprisa a Toledo, porque su casa y orden estaban a punto de desaparecer».
Era cierto. Las perturbaciones empezaron de inmediato. Los dominicos reclamaron sus restos… Todo empezaba a desarrollarse conforme a la visión que tuviera la Santa Madre antes de enfermar… «Tu Orden ha de ser deshecha por tu muerte… más… florecerá y será multiplicada».
En el año 1526 habían ingresado en Toledo 89 religiosas y fundado en España 40 monasterios.
Las Concepcionistas de la comunidad de Toledo fueron, además, las primeras monjas misioneras de América, en el año 1540, profesando de manos del primer obispo de México, el franciscano fray Juan de Zumárraga.
La historia nos remonta a los orígenes de la Orden de la Concepción de Toledo y nos da la imagen de que se fundaron, bajo la misma Regla, más de doscientos monasterios Concepcionistas en Europa y América, por ello se puede decir que no es un simple convento autónomo, sino la cuna y fuente de la Orden.
Desde sus orígenes este Monasterio está vinculado a la Familia Franciscana, esta unión se manifiesta en María y María Inmaculada.
Los Hermanos Franciscanos ayudaron a la extensión de la Orden y en la actualidad siguen colaborando con ella y con las hermanas Concepcionistas.
Los hechos acaecidos en la España del siglo XIX y básicamente la Desamortización (1835) afectaron negativamente la marcha secular del Monasterio. Más dolorosas aún fueron las vicisitudes en la República de 1931-1936. Contaba la comunidad con doce religiosas (dos murieron en este tiempo). Era abadesa madre María del Pilar González, que sobrevivió hasta 1946, y capellán don Juan Bautista de la Asunción Borras, Beneficiado de la catedral, mártir en Toledo, el 6 de agosto de 1936.
Desde los primeros días uno de los edificios que fue usado por los milicianos para asediar el Alcázar, debido a la proximidad, fue este convento. Por eso las religiosas tuvieron que abandonarlo y refugiarse en una casa próxima, acompañadas por el capellán y sus hermanos. Días después, al comunicarlas que era urgentísimo abandonar la casa donde estaban refugiadas porque iban a bombardearla, como así fue, decidieron encaminar los pasos otra vez al Convento para ver si en él podían ocultarse. En el precipitado y corto trayecto una Hermana de 84 años que iba descalza sufrió varias caídas y, con la ayuda de dos religiosas, sin apenas poderla sostener, por fin, llegaron al Convento, refugiándose en el refectorio bajo.
El capellán y sus hermanos acompañaban a la Comunidad. La situación era angustiosa, aumentando las dificultades. Fueron tres inacabables días. Al poco tiempo, el griterío y los golpes llegaban al Convento. Las religiosas se refugiaron en la portería y, en el momento que intentaron salir, sor Visitación cayó muerta en brazos de dos hermanas. Pero hasta el día siguiente no pudieron enterrarla en una habitación llena de escombros.
Crecían los alaridos, se oían frases de los milicianos: «¡Soldados, soldados, matad sin piedad a todos vuestros jefes y uníos a nosotros, que nada os haremos!» A las hermanas les parecía el último momento de su existencia: amenazas, estallidos de minas, tiroteos…
El Capellán mandó a su hermano para que, desde la escalera de la calle, pidiera auxilio a los guardias, que estaban en el Museo Nacional de Santa Cruz, diciéndoles que los milicianos y la turba, habían entrado en el Convento. Los de Asalto pudieron sacarlas por el hueco de una reja que habían volado con dinamita y después las condujeron al Museo, donde las atendieron, pasando en él la noche. Al Capellán y a su hermano nos les llevaron allí. Pocos días después supieron que le habían fusilado, acribillando su cuerpo con diez balazos.
Con la ayuda del teniente y de los guardias, fueron llevadas a los Conventos de Dominicas: Jesús María y Madre de Dios, donde fueron muy bien acogidas. Pero el día destinado para hacer estallar la primera mina que colocaron, con el fin de acabar con la resistencia del Alcázar, las tres Comunidades tuvieron que pasar por otro dolor y pavor: sus plegarias subían al cielo y rodeadas por los milicianos a las afueras de Toledo, pensaron había llegado el fin de sus vidas. Todo quedó en un susto. Ellas en medio del sufrimiento e intranquilidad siguieron esperando, hasta que se enteraron que Toledo había sido liberada el 27 de septiembre, aunque hasta el 28 no se supo.
El estado del convento
Por fin todo pasó, pero cuando pudieron regresar al Convento. ¡Qué cuadro más horrendo! La cuna de nuestra Orden gloriosa, profanada. Estaba desconocido el Convento. Las bellas imágenes de la Madre Fundadora y de la Inmaculada, decapitadas, y destrozados los escornos de sus angelitos; la de San Francisco, también sin cabeza y vaciados los ojos; igual hicieron con una imagen de la Niña María y con otros santos. Dos imágenes del Santísimo Cristo hechas pedazos. La imagen de piedra de la Santísima Virgen, donación de la princesa de Asculi, rota en tres pedazos. En el coro bajo, el sepulcro de mármol que encerraba las arcas de plata que contenían las veneradas reliquias de nuestra Beata Madre Fundadora, completamente desbaratado y, por el suelo, los benditos y queridísimos restos: en dos pedazos el cráneo y arrebatada la estrella de oro de su frente. Las mencionadas arcas se encontraron después, entre los escombros del patio. La del cráneo apareció totalmente aplastada.
Las magníficas vidrieras de la capilla del sepulcro, que representaban a Isabel la Católica y al Cardenal Cisneros, hechas añicos.
Las tumbas abiertas, incluso la de la ya nombrada Princesa de Asculi. Se llevaron tres momias al jardín.
El gran cuadro de la ínclita Fundadora, lleno de agujeros.
En el claustro sacaron los restos de una de las sepulturas y colocaron un Jesús Nazareno, después de amputarle la cabeza, brazos y piernas.
Documentos, custodias de plata, Vasos Sagrados desaparecidos, ropas saqueadas. Los hábitos y mantos azules fueron exhibidos y escarnecidos por las calles.
Debido a las bombas y a las explosiones de las mismas, resultaron terribles desperfectos en el interior del edificio.
Todo había sido como una terrible pesadilla, cincuenta y un días, que a la Comunidad se les hicieron años. Las hermanas, con su oración, suplicaban a Jesús, María y todos los Santos misericordia ante tanta profanación, perdón y consuelo; también la celestial protección para comenzar una nueva vida y poder llevar adelante la reconstrucción.
Ante la situación, algunas hermanas pasaron un tiempo en el convento de Calamocha (Teruel) y otras en Villafranca (León). Después, con el testimonio palpable de los horrores de la guerra y con dificultades, pudieron agruparse y volver. Eran diez religiosas y no les gustaba hablar de lo acaecido. Sus nombres son: M. Pilar González, M. Isabel Santana, M. Patrocinio Iglesias, Sor Sacramento Bort, Sor Filomena Rodríguez, Sor Carmen Gutiérrez, Sor María Josefa de la Encarnación Zapico, Sor Esperanza Bilbao, Sor Ángela del Patrocinio Bilbao y Sor Teresa Aguado.
Las Madres María Teresa de Jesús García y Angelina Villa Gómez, vinieron como Abadesa y Vicaria, respectivamente, desde el Monasterio de Olmedo (Valladolid). Las acompañaba Sor Consuelo Barroso y Sor María Jesús Gómez. Ellas ayudaron a levantar la Casa Madre. Cuando estas hermanas volvieron a su Monasterio de origen vinieron a ayudar dos hermanas de la Comunidad de Ávila, Madre María Jesús Soloeta y Sor Josefina María Ayuel-Montes. La Comunidad siempre ha estado intensamente agradecida a este gesto de fraternidad.
La Divina Providencia fue inspirando candidatas y, en 1943, llegan las primeras aspirantes, Carmen Rodríguez, Adela Chicote y Dolores de los Ríos, que en religión tomarían los nombres de: María Lourdes, María Teresa y María Inmaculada. La Casa Madre comenzaba a vivir el periodo de la posguerra, una nueva era entre ruinas y privaciones en todos los sentidos. Los primeros brotes de la Comunidad futura de este Monasterio se mantuvieron firmes aún faltando lo necesario. Dios que las llamó por su nombre, las unía a Él como Esposo-Redentor y bajo la mirada maternal de sus Madres María Inmaculada y Beatriz, iban día a día superando las dificultades, haciendo de su vida una oblación permanente.
Durante varios años las Madres se vieron obligadas a postular por los pueblos para poder procurar lo necesario para el sustento de las religiosas. En dos años, Dios bendijo la Casa Madre, llegándose a juntar 17 en el noviciado.
Obligadas por la necesidad y circunstancias del momento, con las debidas licencias, las Madres creyeron conveniente abrir un pequeño colegio, donde comenzaron a dar clase a niños y también clase de bordados.
El cielo deparó providencialmente la ayuda de Regiones Devastadas, organismo que, en atención a la labor benéfico-social y religiosa al pueblo toledano, que reportaba el sacrificado trabajo de las jóvenes religiosas, levantó el desmantelado Monasterio, construyendo sobre sus ruinas celdas y otras dependencias, y reparando la parte que, aunque muy castigada por la metralla, quedaba en pie. Poco a poco vieron superada la crítica situación, sin dejar el trabajo perseverante, primoroso y acertado.
Por la clase de labores desfilaron la inmensa mayoría de jóvenes de Toledo que, junto con las enseñanzas de labores, recibían formación espiritual, moral y religiosa, de la que tan necesitadas estaban después de la guerra.
En 1961, transcurridos ya 18 años del ingreso de Sor María Lourdes Rodríguez, la Comunidad la eligió Abadesa. Durante su largo servicio de amor, desplegó una actividad verdaderamente extraordinaria en amor a la Orden y a la Comunidad. Su celo, sin embargo, se canalizó principalmente en favor de la canonización de nuestra Madre Beatriz, sin escatimar sacrificio alguno hasta verlo convertido en realidad. De su gran amor a la Orden, consciente de lo que debía ser para ella la Casa Madre nació el desvelo por acoger a todas las hermanas sin distinción de proximidad o lejanía. Todas debían sentirse como en su propia casa.
Con total entrega a Dios, aceptó las circunstancias adversas, con la confianza puesta en aquel que todo lo puede. Trabajó en la reedificación y adecentamiento de la Iglesia y Monasterio, con la ayuda del Patrimonio Artístico, Monumentos y otras subvenciones. Restauró la Capilla Sepulcro para fomentar el culto y devoción a nuestra Madre Fundadora Beatriz de Silva, obra realizada con la cooperación de las comunidades de la Orden y ayudas de personas devotas. Mandó hacer un Cuadro Relicario para conservar la Bula Fundacional de la Orden, y mandó construir la cripta de enterramientos en el coro bajo, con la ayuda de las hermanas de Perú.
Este Monasterio desde su fundación ha sido protagonista de grandes acontecimientos históricos, que han ido dejando una huella imborrable para la posteridad, repercutiendo a nivel de Comunidad, Orden, Familia Franciscana, Iglesia y Humanidad.
Beatriz recorrió su itinerario, siendo fiel a Cristo y a su Iglesia, en la realización del plan que Dios Padre tenía sobre ella. En 1489 se hace realidad con la aprobación de la bula “Inter Universa”. La Orden de la Inmaculada Concepción nace en un momento crítico. Y con su muerte, en 1492, se cierra un proceso fundacional inspirado a Beatriz, pero ella desde el cielo sigue intercediendo.
En 1492 se formulan solicitudes para seguir avanzando en el proceso de la Orden. Roma va concediendo bulas, hasta que la Orden recibe con la bula “Ad Statum Prosperum” la Regla propia, dada por el Papa Julio II el 17 de septiembre de 1511.
Beatriz empezó a recibir culto público desde su muerte, por su fama de santidad, hasta los decretos de Urbano VIII, de 1625 y 1634, por los que se prohibía el culto tributado a aquellos siervos de Dios, que no hubiera sido aprobado por la Santa Sede. Y el culto tuvo que suspenderse.
Poco después, en 1636, se instruyó en Toledo el proceso de beatificación y canonización por la vía de non cultu. Sin saber por qué este proceso quedó en Toledo y no se llevó adelante.
A principios del siglo XX empezó un empeñado movimiento para conseguir la beatificación. Loando a cuantos trabajaron en unión con la Casa Madre, hay que destacar a la Venerable Teresa de Jesús Romero, del convento de Hinojosa del Duque (Córdoba), y el convento de Nivelles (Bélgica). La beatificación por vía de culto, es decir, por haber recibido culto más de cien años, se logra bajo el pontificado de S. S. Pío XI, el 28 de julio de 1926. Con gran gozo recibieron las hermanas el Decreto de Beatificación.
La reasunción de la causa de canonización se inició el 26 de febrero del Año Santo de 1950 por su Pío XII y, el 9 de agosto de este mismo año, la Sagrada Congregación de Ritos expedía un decreto para la apertura del proceso instruido en Toledo en 1636 y que no se sabía exactamente dónde estaba. Por fin, suplicando la intercesión de la Beata Madre y gracias a una hermana de esta Casa Madre, se encontró en una alacena, entre unos papeles para quemar. Fue llevado a Roma, donde ha estado hasta ser devuelto en 1988 para ser incorporado al archivo de este Monasterio.
En el proceso de canonización también han jugado un papel indiscutible los hermanos franciscanos. Haciéndose eco de diversas solicitudes, el 9 de noviembre de 1949, aniversario de la muerte de Duns Scoto y de Cisneros, se reunieron, bajo la presidencia del padre Zuloaga, Definidor General de la OFM para España, los ocho Provinciales para solicitar del Santo Padre reasumir la causa.
En los trámites posteriores hay que recordar así mismo los nombres del P. Fortunato Scipioni, Postulador General de la Orden OFM (años 1950-1957), del P. Enrique Gutiérrez, Vicepostulador en España y el P. Antonio Cairoli, OFM, que en 1957 era nombrado Postulador General. Todos colaboraron en el trabajo, para culminar en la Canonización en 1976.
El Papa Pablo VI por fin declaraba su santidad el 3 de octubre de 1976, después de un largo proceso de trabajo esperanzador. Antes, el 31 de mayo de 1976, estando presente el Señor Notario D. Sabino Catalán Fraguas, el P. Antonio Cairoli, OFM, Postulador General, el P. Enrique Gutiérrez, OFM, Vicepostulador, el P. Asistente Federal, P. Francisco García, y la Madre Lourdes Rodríguez, Abadesa de este convento de la Concepción, el Señor Notario procedió a abrir la urna que contiene el cráneo de la Beata Beatriz de Silva para extraer unos trozos del mismo para los relicarios que se iban a llevar a Roma. Terminado el acto, estando toda la Comunidad presente, se volvió a sellar la urna.
En la época de Juana de San Miguel, según el P. Herrera, Fray Juan de los Ángeles Quiñones, hijo del conde de Luna, fue un franciscano clave para la Orden y el Monasterio, en la redacción de la Regla de la Orden Concepcionista, hacia 1508 y, años después, en 1514, en la redacción de las primeras Constituciones. También en la extensión de la Orden al fundar nuevos monasterios.
En 1660-1661, Fray Pedro de Quintanilla, en relación con el Monasterio, elabora la obra “Libro y Registro Antiguo del Convento”.
El proyecto, a nivel de Monasterio y Orden, se va desarrollando y es en 1970 cuando se reúnen en Asamblea Internacional, las MM. Presidentas y PP. Asistentes, para trabajar en la elaboración de un esquema de Constituciones Generales, basándose en los documentos de la Iglesia a la luz del Concilio Vaticano II. Fueron aprobadas en 1975.
Las Hermanas de este Monasterio que las acogió, vivieron con interés este acontecimiento, apoyando a las asambleistas con su oración constante.
Entre los años 1984-1986, se elaboró otro esquema de Constituciones, tras un proceso de estudio, sugerencias y discernimiento sobre el carisma concepcionista y su relación con el franciscanismo. Estas fueron aprobadas por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica el 22 de febrero de 1993, entrando en vigor el 30 de mayo del mismo año, solemnidad de Pentecostés.
Los Sagrados Restos de Santa Beatriz han sido motivo de repercusión para el Monasterio. Primero fueron venerados en Santa Fe, después en San Pedro de las Dueñas. En 1499 su sobrina Felipa de Silva se los llevó al convento de Madre de Dios (dominicas) hasta que, en 1512, la Comunidad de la Concepción les solicitó y, gracias a un breve venido de Roma, fueron trasladados y recibidos en esta Casa Madre con gran fiesta y alegría.
¿Quién iba a decir que, a los 424 años, volverían a encontrar cobijo y amor en el convento de dominicas de Jesús y María? Ahora el motivo era la guerra de 1936. Los Sagrados Restos fueron profanados, sirviendo esta profanación para que una vez más resplandeciera la mano de la Divina Providencia. Los Sagrados Restos fueron reconocidos por el agradable perfume y por la estrella en la frente del cráneo. Una vez las cosas ya tranquilas, el 3 de noviembre de 1945 se trasladaron nuevamente, ahora en procesión, presidida por D. Enrique Pla y Deniel, Cardenal Arzobispo de Toledo, desde el convento de Jesús y María a este de la Concepción, celebrando un triduo, al que asistieron un gran número de toledanos.
Después de un no corto periodo de sacrificios, el 9 de octubre de 1968, se inauguró la nueva y actual Capilla Sepulcro, para depositar los Sagrados Restos de la Beata Madre Beatriz de Silva. A la inauguración asistió D. Anastasio Granados, Obispo Vicario Capitular de la Archidiócesis de Toledo, la Madre Presidenta Federal y el Consejo y otras personalidades y pueblo toledano. Con este motivo se tuvo un solemne triduo y se vivió en comunión con toda la Orden e Iglesia en ambiente pos-conciliar.
La obra pudo llegar a su término, gracias a la M. Lourdes Rodríguez y Comunidad, así como a la colaboración de todos los Monasterios de la Orden
Las Hermanas que por designio de Dios Padre han tenido la dicha de vivir junto a los Restos de la Madre han sido protagonistas del culto y veneración que desde esta fecha han recibido. Han presenciado llegada de fieles devotos, entre ellos: Cardenales, Obispos, Generales de la O.F.M., Fundadores y Fundadoras de distintas Congregaciones, excursiones llegadas desde América, Ceuta y Portugal, otros llegaban desde España para celebrar la Eucaristía, orar ante ella, suplicar su intercesión y, sobre todo, para exhalar el perfume de su santidad y devoción a la Virgen Inmaculada.
Ella de una manera especial ha sentido el amor filial de tantas hijas que han llegado de los diversos Monasterios de su Orden Concepcionista para los grandes acontecimientos y celebraciones: Canonización, V Centenario de la Fundación de la Orden, Asambleas Federales e Interfederales para elaborar Estatutos, esquemas de Constituciones, Plan de Formación, Cursillos etc. Los últimos encuentros fueron para celebrar el XXV Aniversario de la Canonización, “Las Hermanas en torno a la Madre”.
En el Monasterio haciendo memoria se han vivido los grandes acontecimientos de la Iglesia: Proclamación de los dogmas de la Concepción Inmaculada de María y de la Asunción, Años Marianos, Congresos Eucarísticos, Concilios, destacando el Vaticano II, Años Santos, Jubileos, comienzos de siglos y, sobre todo, el año 2000, así como el Año del Rosario. Se han vivido especialmente los distintos acontecimientos Diocesanos como han sido los Sínodos, Misiones y otros.
En el 2001, congratulándonos con toda la Orden se celebró con gozo el XXV Aniversario de la Canonización de nuestra Santa Madre Beatriz.
Todos los acontecimientos han ido dejando una huella imborrable, las hermanas unidas en torno a la Madre se han sentido Iglesia viva en Beatriz y en María. Las efemérides vividas han pasado a la historia dejando unos profundos deseos de vivir con radicalidad el carisma y santidad legado por la Madre, viviendo el hoy de nuestra historia-vocación, proclamando con María las maravillas realizadas por Dios a lo largo de los siglos. Las que nos precedieron vivieron otros acontecimientos en fe, esperanza y amor. Ellas sembraron, otras recogimos.
En 1984, víspera de la Inmaculada, la Comunidad pudo ver colocada la imagen de la Inmaculada en el patio de los aljibes, donde Ella sigue mirándonos con amor de Madre.
En el año de la proclamación de la Nueva Evangelización 1992, se vivió un acontecimiento muy significativo, se había solicitado hacía años y por fin se vio hecho realidad, la traslación del cofre desde el convento de clarisas de Tordesillas (Valladolid), donde según la tradición estuvo encerrada Santa Beatriz en el palacio de Tordesillas, donde se le apareció la Virgen con el Niño y le mandó fundar la Orden.
Con la colaboración del Ayuntamiento de Toledo, en este mismo año de 1992, se colocó una estatua dedicada a Santa Beatriz de Silva, en la Plaza de la Concepción, junto al Monasterio. Con este fin varios escultores hicieron su boceto. Después, finalizado el concurso, algunos escultores como su proyecto no fue elegido lo donaron al Monasterio.
En la Capilla Sepulcro, en el lateral derecho, con motivo del XXV aniversario de la Canonización, la Comunidad quiso colocar una lápida como recuerdo y gratitud al P. Enrique Gutiérrez OFM, que fue el Vicepostulador de la Causa de Canonización de Santa Beatriz, en ella trabajó incansablemente desde 1950 hasta su Canonización en 1976. Desde esta fecha hasta su fallecimiento en 1993 no dejó de trabajar a favor de la Santa y de su Orden. Fue su vida un servicio de amor fraterno a las hermanas de la Casa Madre y de la Orden. Su trabajo fue constante, estudiando y recopilando documentos, escribiendo libros, dando conferencias en Congresos Mariológicos etc. Sus escritos han dado un nuevo vigor a la Orden.
Al tener tantos siglos, las obras en el Monasterio no cesan, al paso de los años ha sufrido distintas reformas de acomodación. En estos últimos años se han reparado varios tejados que estaban en muy malas condiciones.
Con la colaboración del Ayuntamiento de Toledo a través de su “Escuela Taller de Restauración”, se han visto realizar diferentes proyectos de rehabilitación y restauración. En 1995 restauraron el antiguo refectorio de los frailes y en el 2002, la Capilla de los Francos que estaba muy deteriorada.
Por su parte la “Escuela Taller de Castilla la Mancha” nos ha restaurado algunas pinturas murales, lienzos e imágenes. En mayo de2003, nos restauraron la Inmaculada del siglo XVI que preside el altar del coro alto.
Por otro lado el CONSORCIO, entidad que se ha creado en Toledo para la restauración de edificios antiguos, ha llevado a cabo distintas restauraciones dentro del Monasterio como son: En una primera fase restauración en la iglesia del patio interior, antigua sacristía y torre mudéjar. Segunda fase, se restaura la fachada sur y se hace una galería ventilada para quitar humedades. Tercera fase, restauración de un arco lobulado en el patio interior de la iglesia y la bóveda de la sacristía. Cuarta fase, acondicionamiento de la cripta y de la cámara bufa. Quinta fase, se restaura la capilla de san Jerónimo. Esta misma entidad tiene programadas otras actuaciones dentro del convento.
La Comunidad, con el Concilio Vaticano II, optó por la clausura Papal y el colegio fue suprimido.
Este Monasterio se incorporó a la Federación de Concepcionistas Franciscanas “Santa Beatriz de Silva” en el momento de su erección, el día 5 de marzo de 1957, erigida por la Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos Seculares mediante el Decreto (Prot. N. 01970/54) dado en Roma durante el pontificado de Pío XII.
Desde que pasó a formar parte de la Federación ha sentido con ella y ha estado abierta a cuantas iniciativas y proyectos han presentado las Madres Presidentas Federales, sintiendo sus anhelos y esperanzas, de una manera especial lo referente a la elaboración de Estatutos, Constituciones Generales, formación y ayuda a otros Monasterios.
En 1982 la Federación celebró el XXV aniversario de su erección, con este motivo se celebraron diversos actos y se editó el libro “Jubileo de Plata de la Federación Concepcionista Franciscana de Castilla «Santa Beatriz de Silva».
En la actualidad, la Comunidad está formada por 20 Hermanas de diferentes provincias que, desde la soledad y el silencio contemplativo, intentan seguir a Jesucristo, Esposo-Redentor, realizando el plan que el Padre tiene sobre cada una y la Comunidad desde la eternidad.
Las Hermanas se sienten agradecidas por haber sido llamadas a vivir junto a los Sagrados Restos de la Madre Fundadora, al tiempo que interpeladas y responsables por estar exhalando el perfume de la santidad de la Madre. Abiertas para seguir acogiendo con amor fraternal a las Hermanas de toda la Orden Concepcionista que, por diversos motivos, llegan hasta aquí para orar ante la Madre y pisar estos santos lugares.
Quieren ser testigos de Dios Amor y anunciadoras de María Inmaculada, la Estrella, llena de gracia que nos dio a Jesús y nos lo sigue dando como luz que ilumina a todo hombre.
Escondidas con Cristo y María en Dios, oran, trabajan, viven la Eucaristía como signo de la nueva humanidad transformada en Cristo por el amor, símbolo de María Inmaculada.
La semilla sembrada por Beatriz, llegada la primavera dio numerosos brotes de santidad en el convento toledano. Como en un jardín, predestinadas por Dios Padre, germinaron rosas, azucenas, violetas… cada una exhaló su perfume de amor y alabanza a su Dios Creador, Redentor, Santificador. Se consumieron, como su Madre Fundadora, de celo y honor en defensa de su Madre Inmaculada, manteniendo viva la lámpara que el Espíritu Santo encendió en su Madre Beatriz, acogiendo las palabras de Cristo su Esposo: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. (Jn. 14, 23)
Fueron fieles a la llamada, cumpliendo la misión encomendada. Almas sedientas de Dios que cada día repetían: “Oh Dios, tu eres mi Dios, por ti madrugo, para contemplar tu fuerza y tu gloria…” (Sal. 62). Mujeres buscadoras con María del rostro de Cristo muerto y resucitado, en tensión continua hacia la ciudad futura, que en todo momento imploraron la misericordia de Dios; humildes y sencillas, como franciscanas, que habían comprendido las palabras de S. Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gál. 2, 20), sin pretensiones humanas (Sal. 130). La Eucaristía fue su centro. Vivieron entre el dolor y la alegría, llenas de esperanza, anunciando con María las grandezas de Dios Amor.
Gracias a “La Margarita Escondida”, obra escrita en 1661 por una concepcionista de esta Casa Madre, Catalina de San Antonio, manuscrito original que se conserva en nuestro archivo, podemos destacar:
En primer lugar destacamos a la Santa Madre Beatriz de Silva, Fundadora de la Orden de la Inmaculada. Beatificada por S.S. Pío XI el 28 de julio de 1926 y Canonizada el 3 de octubre de 1976 por S.S. Pablo VI. Destacamos en su vida, a partir del suceso de Tordesillas, el recato de su vida, con el rostro velado, el voto de virginidad, su silencio, fe y esperanza, la devoción al misterio de la Concepción Inmaculada de María y el carisma fundacional que supo vivir y transmitir a sus hijas hasta dar cima a la creación de una nueva Orden, dándole la forma y hábito que nuestra Señora traía. El relato de la visión de la Virgen en Tordesillas fue decisivo para la iconografía de María Inmaculada, vestida de blanco y con manto azul. Beatriz se nos presenta como ejemplo de amor, entrega y oración contínua.
Con El título de “venerable” es conocida la citada Juana de San Miguel o Díaz de Toledo, nacida probablemente en Cuenca. Su nombre figura entre las quince primeras concepcionistas del Convento de Santa Fe, según dos escritos originales de los años 1494 y 1495. Su firma nos resulta conocida gracias al “Registro antiguo” fol. 141. Lo que sabemos de ella, como vicaria y abadesa, demuestra sus dotes de gobierno y capacidad de trabajo durante más de dieciséis años. Las fuentes escritas que nos permiten esbozar su biografía son “La Margarita Escondida”, ya citada, y un texto del padre Quintanilla. Catalina de San Antonio escribe que «Juana de San Miguel tenía todas las virtudes, silencio, religión, oración, pobreza, caridad, y era de mucha penitencia y muy capaz para el gobierno… Primeramente ejerció el oficio de vicaria y luego, por muerte de Catalina de Calderón, fue abadesa y acudía a todas sus súbditas con gran caridad. Era muy celosa de la Religión…» El padre Quintanilla, a su vez, dice que fue de las religiosas más esenciales que ha tenido esta Orden y convento… escogida de la Sta. Madre Beatriz… celosa de su Religión y Regla, persona de grande oración y penitencia y, consumada en la devoción que tuvo a la Sta. Madre doña Beatriz de Silva como testigo de sus virtudes, firmando la “Hoja manuscrita”.
La santidad concepcionista de la Casa Madre rebosó los muros claustrales y ello explica que fray Juan de Zumárraga, el ya nombrado primer obispo de México, iniciara las diligencias para fundar un convento de monjas concepcionistas en su nueva diócesis, consiguiendo su propósito hacia 1540 con tres religiosas de la Concepción Francisca, Paula de Santa Ana, Luisa de San Francisco y Francisca de San Juan Evangelista.
Catalina de San Antonio cita en su obra a otras dos monjas, Juana Evangelista y Mayor de San Juan, cuyas vidas de santidad fueron de todas conocidas. La primera, natural de Belmonte, ingresó en 1584. Sin dote, porque era “muy hábil de tecla y canto”. Al año siguiente ingresó Mayor de San Juan, esta fue dos veces vicaria de coro y muy devota de Nuestra Señora de los Milagros, imagen existente en una capilla de la parroquia de San Salvador. Su santidad de vida y su muerte ejemplar, fueron muy alabadas por otra concepcionista venerable de la época, la abadesa María de Ayala. Esta, con su hermana Ana, ingresó en 1592, destacando por su amor al prójimo y los frecuentes arrobos. Es fama que todos los viernes del año y en Jueves y Viernes Santo sintió los dolores de la pasión, hasta su muerte acaecida en 1641. Sintió gran afecto a la esclarecida Madre Fundadora y deseos de verla en un sepulcro nuevo. En 1618 su deseo se vio hecho realidad gracias a la generosidad de la Princesa de Asculi, y en él reposaron las venerables reliquias hasta 1936 que fue profanado el sepulcro.
En 1636 aparece María de Ayala como vicaria y declara como testigo en el Proceso de Canonización de la venerable Dña. Beatriz que fue incoado en Toledo ese mismo año.
Voló al cielo, rodeada de todas sus hermanas, después de una larga y penosa enfermedad. Las monjas hicieron pintar un retrato de la sierva de Dios, y es fama que, llevado a personas enfermas, estas encontraban mejoría.
El cadáver quedó tan tratable como si estuviera viva. De su hábito cortaron muchos pedazos como reliquias. Al cabo de quince años de enterrada, su cuerpo apareció incorrupto.
La Madre María de Ayala murió en opinión de santidad. Está enterrada en el altar de San Juan Evangelista, en el coro bajo. El 4 de junio de 2001 se pudo comprobar su sepultura con motivo de unas obras realizadas en el coro bajo.
Muchas maravillas se cuentan también de Felipa de Santiago, que ingresó en 1597. Se dice que, en una visión, al ir a besar el pie de Cristo este se levantó la túnica, y al conocer el hecho la Princesa de Asculi mandó pintar el cuadro que hoy admiramos en el coro alto.
Dignas de recordar también por su virtud son Ana María de Salazar, Petronila Manrique, Andrea Narváez, María de la Cruz, Inés de San Juan, Mariana de la Concepción y Jacinta Quijada. Todas ellas habitaron en la Casa Madre en el siglo XVI, un siglo de evidente esplendor concepcionista. La pluma de Catalina de San Antonio nos ha dejado el relato de sus vidas.
A lo largo de más de cinco siglos de Orden y de existencia de monjas en este Monasterio, son muchas las almas que han brillado por su virtud, a veces, ocultas a los ojos humanos, escondidas con Cristo y María en Dios. Han intentado identificarse con Cristo Esposo-Redentor, anunciando su muerte y proclamando su resurrección, repitiendo con el Espíritu: “Ven Señor Jesús” (Ap. 2, 20). Procurando cumplir la voluntad del Padre que un día las eligió y sedujo a vivir las Bienaventuranzas, las promesas del Bautismo con mayor radicalidad, bajo la mirada maternal de la Madre Beatriz, viviendo en honor de su Madre Inmaculada. Ellas son nuestras intercesoras ante el Padre.
Por toda gratitud a Dios Padre que las creó y amó, a Dios Hijo que las llamó a seguirle, a identificarse y a tener un mismo espíritu con Él, a Dios Espíritu Santo que las fue santificando e inundó de amor para que fuesen inmaculadas, santas por el amor (Ef. 1, 4). Gratitud a nuestra Madre Inmaculada que quiso prolongar su obra de predestinación a través de tantas hijas concepcionistas que vivieron el espíritu que Beatriz las legó y con su “Fíat” proclamaron con María las grandezas de Dios.
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